domingo, 4 de octubre de 2009

El guardián del calcio de Petra Sachs


El guardián del calcio

By Petra Sachs

Una aclaración preliminar: Ángel se iba a apellidar Ramírez porque primero iba a ser el carnicero del supermercado chino de la esquina de mi casa, hombre nacido en Ramos Mejía e integrante de una banda de Heavy Metal que toca por los barrios del conurbano bonaerense. Y yo conozco su apellido, es de origen hispano. Sin embargo, mi Ángel terminó siendo odontólogo. Y para mi (para la asustadiza niña que aún habita en mi), la odontología no es sólo un universo de cortes, perforaciones y sangrados, sino un universo de pulcritud, luminosidad y asepsia, opuesto, claro está, al universo de las carnes y de las achuras. Es por eso que alguien que transitase por aquel, sería para mi un hombre: conservador, ordenado, inmaculado. Esos atributos me llevaron a montarme al “banco de datos” de los “lugares comunes” e imaginarlo como un típico profesional del barrio de Belgrano. Me gustó decorar esto con un apellido alemán.

El Dr. Krumholtz tiene 53 años y, como conté, es dentista. Es canoso y de ojos claros. Mide 1,70. Su nariz es recta, un poco abultada hacia los costados, desde donde le salen dos surcos que, ayudados por la edad, permiten que sobre él se apoyen dos lonjas de carne fláccida, que alguna vez fueron sus pómulos. La “zona t” de Ángel es un tanto rojiza, más bien tiene como pequeñas venitas que le tonalizan la cara. Su cara es cuadrada, aunque los ángulos inferiores de ese cuadrado miden unos centímetros menos que los superiores. Es un típico ejemplar de hombre mezcla de alemán o austríaco e italiano o argentino. Tal cual su gato. Es mezcla entre persa y “calleja”, es decir, tan hermoso como impuro. Con las mezclas pasa eso, tienen algo de repulsivo y de evitado por la falta de pureza, y algo de hermoso y atrayente, precisamente por lo mismo… Me detengo más en su cara porque hay un rasgo que no es físico sino “meta” físico, y es la sensación de pérdida que me transmite. Como si el tiempo, al haber descongelado sus contornos, los hubiese dejado caer sin incorporarle otros como actitud, experiencia, historia. Se nota en su estampa un aroma de lo que “ya no es”.

Es medido en su carácter durante buena parte del tiempo, sin embargo, suele “sacarse” con algunas situaciones puntuales: cuando su secretaria le deja “huecos” entre pacientes. Al ser, llamativamente, su defecto más importante llegar tarde a todos lados, si no tiene mucho margen entre paciente y paciente, le conviene no irse a su casa o a tomar un café, sino quedarse haciendo nada en el consultorio, lleno de paladares en exhibición y de olor a Eugenol.

Suele arrastrar su mano por la parte superior de la cabeza, como si estuviese asfaltándola. Usa anteojos para leer de marco plateado y bien fino. Barbijo y guantes cada vez que atiende, y anteojos como de nieve, cuando usa luces psicodélicas para endurecer pastas. Se viste formal, Kevingston es lo más arriesgado que le vi. No tiene sobrenombre. Cree en dios, en teoría. Su color es el “blanco quirófano”.

Por educción es un ser más bien conservador, aunque su caso complejiza el manual. Le cuesta relacionarse con mujeres porque sus exigencias son desmedidas. Ninguna está a su altura. Más bien, su objeto amoroso es su torno último modelo comprado en USA, cuando asistió a un Congreso de Odontología en Nueva York. En el Jacob K. Javits Convention Center. No sólo él exige a las mujeres perfección en sus ideales, formas de vida, etc., sino también obviamente en sus bocas. Una mínima mancha amarilla o una sonrisa imperfecta, sería fatal para la pareja de este obsesivo dentista. Piensa la perfección física como una muestra de la perfección del alma. Aborrece los defectos, como signos visibles de una putrefacción que aún no es palpable. Su madre, una perra vil y manejadora, durante toda su vida quiso que él fuese un numero uno en todo. Y él, imposibilitado de rebelarse ante ella, ya que no tenía padre y se encontraba encerrado en una relación de dos, le ofrecía sus tímidos logros, y le entregaba su vida en bandeja.

Se muestra pulcro, entero, serio, aplacado, decidido. Pero es solitario. Vivir solo le permite tener raptos de caos en su vida, y dejar literalmente todo tirado, sucio, sin guardar, sin acomodar, destapado, deshecha, sin tirar, etc. Sin embargo luego de unas horas en ese estado le entra un sudor frío que le hace necesitar volver a una impresionante pulcritud jamás vista. Eso gusta mostrar a sus conocidos. Generalmente parejas amigas (aunque él esté solo) o personas solas que fueron sus amigos siempre. Al ser un talento suyo escuchar historias de los demás, estos se hicieron fanáticos de contarle sus vidas, incluso de pareja, para que él medie entre ambos, se constituya en aquel tercero imparcial que muchas veces “levanta”, con opiniones y conclusiones, esa cosa que suele dormirse en las parejas al cabo de un tiempo…

Le gusta el buen vino (blanco, no mancha), y la comida gourmet. No tiene vicios, claro, o adicciones a la vista, pero disfruta casi de manera ceremonial cada miligramo de Rivotril que le aconsejó tomar su psiquiatra. Tocar el cartón de la caja, pasar al papel plata que envuelve cuidadosamente cada pastilla, apretar y hacer saltar a una de ellas, tomarla con sus dedos (más de una vez tenía que rescatarlas de su ropa o del piso), tomarla entre sus dedos y llevársela a la boca con un poco de agua mineral. Un ritual que encerraba ya parte del placer posterior. Comenzó tomándolas a causa de una depresión ansiosa que no lo dejaba ni avanzar ni detenerse, sino permanecer en una suerte de limbo experiencial.

Odontología no era una vocación, sino que se decidió porque su tío tenía ya un consultorio montado (siempre había escuchado que era cara la infraestructura, y ya que la tenía gratis…). Su madre le había “aconsejado” que lo aproveche. Pese a todo, su naturaleza obsesiva le exigía ser “José ortodoncia”, y es por eso que trabaja de tiempo completo, y realiza actividades extra: integra un grupo de investigación en el cual están tratando de descubrir una forma para que los dientes no se pudran ni se caigan. Una de las líneas de investigación del grupo (te podés interiorizar más en feisbuk, y hacerte fan de él), apoya la inclusión en el cepillado diario, además del hilo dental, dentífrico y soluciones bucales, la ingesta de una suerte de pastilla que se disuelve en la boca con la saliva a través de la cual se crea una película en el diente que impide que la posterior comida ingerida pueda desgastar el diente, pudrirlo y que por ello se caigan.

Elvis es algo raro en su vida. Siendo él tan cuidadoso, formal y obsesivo, su gato tiene un pelaje que supera los 10 cm. de largo, un llanto que exaspera hasta a un yogui, y una histeria que, a la suya, le saca varios cuerpos. Elvis fue una herencia de la tía, y como el ella y el tío le dejaron TODO antes de irse a vivir a España, Elvis entró en el combo del consultorio. (Elvis es naranja, con el pecho y las patas blancas. Su nariz es color chicle globo y su cola es digna de exhibirse bajando las escaleras de un teatro de revistas).

Ángel juega al fútbol con su primo (hijo de los mencionados tíos), y los muchachos del Tribunal Oral 5 (compañeros de trabajo de aquel).

Su madre vive a tres casas de su departamento, en Belgrano, el barrio de toda la vida, luego de haber huido de Barracas, lugar de nacimiento de Ángel, y de vida conyugal de Gladys y Hans (su padre). Comen juntos todos los domingos (imposible que Ángel trasnoche el sábado) y luego se van al cine.

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